jueves, 21 de octubre de 2010

DOS CHICAS DE SHANGAI


“DOS CHICAS DE SHANGAI”, de LISA LEE
Esta novela, que a buen seguro disfrutará de un razonable éxito de ventas, nos obliga a plantearnos cuestiones elementales relacionadas con la escritura y la literatura de kiosko, de consumo inmediato, como es el caso: enmarcada en el género de la novela histórica, que parece haberse convertido en el único género literario posible, y que ocupa, junto con una especie de crónica de costumbres contemporáneas más o menos manipulada, la gran mayoría de obras, “Dos Chicas de Shanghai” apenas se molesta en dotar de estructura novelesca a lo que no es más que una descripción de costumbres, cuanto más pintorescas mejor parece ser la norma, de la sociedad china, algo que la autora ya practicó hasta la extenuación en “El Abanico de Seda”, aquella agotadora descripción de la sociedad china en otra época y de los diferentes lenguajes del abanico.
En este caso, Lisa Lee nos traslada al Shangai de 1937, una ciudad en la que conviven millonarios, gángsters, mendigos y artistas procedentes de todos los países y continentes, que se enfrentan y adaptan a los ritos y costumbres de la sociedad china, sometida ella misma a un proceso acelerado de cambio que poco después se verá bruscamente alterado por el inicio de la segunda guerra mundial. Es el Shangai de esos años un espacio de contrastes que resulta atractivo para la literatura y el cine, y así a bote pronto recuerdo una magnífica novela reciente de Ángel Wagenstein, “Adiós, Shangai”, ambientada en el mismo escenario y en esta misma época y en mi opinión muy superior a la que nos ocupa.
Las protagonistas de “Dos Chicas de Shangai”, son eso, dos chicas de Shangai, las hermanas Pearl y May Chin. Siguiendo los cauces esperables- y ese es uno de los rasgos más cansinos de este y de cualquier libro, la previsibilidad, sobre todo si no va acompañada de ningún tipo de innovación formal o técnica, las hermanas son muy distintas- se diría que opuestas- entre sí. Criadas en una familia que intenta inculcarles los valores tradicionales chinos (y la autora se ocupa de irnos detallando esos valores de manera exhaustiva), Pearl y May reflejan de alguna manera el carácter vanguardista de su ciudad, e intentan vivir únicamente asimilando todos los cambios que proceden de Occidente. Ya sea en el vestuario, en sus relaciones con los demás, o incluso en su novedosa dedicación a la pintura y la fotografía publicitarias como modelos, las hermanas representan a las nuevas generaciones que reflejan el cambio del país y la adaptación a los usos occidentales.
El estallido de la guerra, los bombardeos de los japoneses y un brusco revés en la fortuna familiar llevarán a nuestras protagonistas a California, en donde se desarrollan una serie de situaciones que pondrán a prueba la unidad de sus hermanas, y que evitaré resumir, por no revelar el desarrollo final de la historia y porque su previsibilidad es tan grande que no lo hace necesario.
“Dos Chicas de Shangai”-insisto- es un libro que detrás de cierto ropaje pretencioso esconde muy poca cosa: apenas una historia que se quiere cosmopolita, una descripción de costumbres más propia de un suplemento dominical o de un programa de esos de reportajes, y -lo que es más grave- unos personajes planos y esquemáticos y un uso de la voz narrativa que da a entender una especie de nula consideración del lector: Lisa Lee introduce constantemente comentarios explicando la propia trama o las costumbres chinas que además de interrumpir el hilo de la narración, parecen tomar por tontos a los lectores: “Nos calzamos zapatos de tacón rojo y nos pintamos los labios de rojo, a juego”(esto lo dice la escritora por si uno no se enteró, lo del “a juego”) y sigue, “Hace poco nos cortamos la melena y nos hicimos la permanente. May me hace la raya al medio y me recoge los rizos detrás de las orejas, donde se acumulan formando una especie de ramillete de peonías de pétalos negros (¡¡¡). Luego yo la peino a ella y dejo que sus rizos enmarquen su cara. Para completar nuestro atuendo, nos ponemos pendientes de lágrimas de cristal rosado, anillos de jade y brazaletes de oro”. El párrafo continúa y por si no era suficiente tal alarde, concluye: “Nos quedamos así un momento, asimilando lo guapas que estamos”. Bueno, pues así todo el libro.
TOMÁS RUIBAL
ruibaldo@hotmail.com

jueves, 19 de noviembre de 2009

POEMAS INÉDITOS DE RAMÓN DOCAMPO


Durante la redacción de mi soporífera tesis doctoral, hace ya unos cuantos años, tuve que visitar con frecuencia el Mueseo de Pontevedra. Allí viví un momento de verdadera sorpresa, seguida por la ansiedad e incluso la emoción, cuando encontré una de esas carpetas azules de cartón, sin nada especialmente significativo en su exterior, en la que figuraba la siguiente frase: "Poemas de Ramón Docampo". A pesar de la minuciosa catalogación de los fondos que en esa biblioteca se guardan, algo tan poco habitual en nuestro país, ninguna de las bibliotecarias pude atender a mis preguntas sobre el origen y la identidad del misterioso poeta.


Leí con curiosidad, ya que no con entusiasmo, aquellos poemas que alternaban castellano y gallego, una copia de la mayoría de los cuales se encuentra en mis manos, proceso que no puedo hacer público por razones creo que obvias. Precisamente una de las razones por las que los hago públicos ahora es el interés en que puedan ser conocidos sino por su brillantez literaria, sí por la curiosidad que supone la existencia de una poeta no catalogado ni incluido en ninguna de las cansinas ediciones, recopilaciones y antologías que editoriales y organismos públicos dan a la luz con intención de justificarse a sí mismas, al menos en el caso de las que utilizan dinero público. De esas y otras historias y de las razones por las que este poeta gallego del que he podido averiguar muy poco permanece completamente ignorado, hablaré en otro momento con detenimiento, ahora me limitaré a reproducir uno de los poemas que pude digamos que extraer del archivo del museo.



ALLÍ, ALLÍ MISMO

En uno de esos bares sucios y malolientes,
donde los bebedores agotamos sin prisa
cada copa de hastío y desgana,
cada instante de una vida que no queremos.

En las tiendas de ropa extranjera
y en los restaurantes que sirven comidas mal preparadas,
en platos mal lavados y copas que nadie aprecia,
sobre suelos mojados y hojas de periódico.

En la sutil mezcla de los colores que forman
ese prisma de magnolias o amapolas, nunca recuerdo,
que elegiste como conjuro de olores inciertos,
un símbolo tan intercambiable como cualquier otro.

En esa forma secreta de algunas cosas,
que rebosa dolor y memoria mal digerida,
en cada una de tus palabras que dices tan cansina
desborda una promesa de amor dudoso,
para un tiempo de casas cerca el mar
y un aire que a veces me satura,
cada vez que te respiro ansioso,
plena de una luz más que dudosa,
lleno de tu sabor gastado y único,
de una mercancía que vendes sin convicción,
que no viene de oriente ni holanda,
y tan sólo encierra la pequeña promesa
de todos los boleros que me bailas sin ganas.

Algunas veces he pensado si Docampo era un empleado del museo, alguien que olvidó allí-más o menos involuntariamente- las carpetas que yo luego encontré. Más allá de las obvias influencias, que una mal digerida formación filológica me impide dejar sin mencionar, de los poetas españoles de la generación del 50, y quizás de algunas canciones de los 60, demiasado previsibles y depresivas (siguiendo el "modelo depresivo común" de las tres o cuatro últimas generaciones) lo que más me sorprendió del autor, tanto en los poemas en castellano como en aquellos otros escritos en gallego, fue la ausencia de algunos de los temas recurrentes de la poesía de
esas mismas décadas: la política, la naturaleza o la reivindicación nacionalista( o su contrapunto todavía más nefasto, el folclorismo cursilón que ha ido destrozando- a partes iguales con los males anteriores- el equilibrio mental, ya de por sí precario, de las generaciones a las que antes me refería.
Mis ineludibles obligaciones laborales, que combinan a partes iguales horarios relajados con pagas raquíticas, me impiden seguir ahora con la transcripción de los poemas que guardaba la carpeta de Docampo, transcripción a la que seguiré dedicando algunos ratos que me dejan libres
esas obligaciones y sin perder la esperanza de que alguna de esas instituciones y organismos dedicados al fomento de la cultura se anime a financiar la publicación de esos escritos, y de paso lleguemos a un acuerdo que convenga a partes iguales a las necesidades publicitarias de esa institución u organismo, a la modesta vanidad del transcriptor y a la menos modesta avaricia de su familia, que ya me ha comunicado su disposición a colaborar en todos los actos que puedan redundar en interés de los que estuviesen interesados en el eventual descubrimiento del autor.

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA Y LOS SANTOS LAICOS

Santa Isabel de Hungría (según una fuente clerical y gratuita, asunto este importante, de toda solvencia) se prometió en matrimonio (la prometieron, supongo) a la razonable edad de cuatro años: se casó a los catorce, con lo cual dispuso de diez años para su formación, fuere cual fuere esta, ya que probablemente no incuyó inglés ni informática. Madre a los 15, manteniendo la coherencia que guiaba toda su vida, Santa Isabel de Hungría enviudó a los veinte años, lo cual le proporcionó otro estimable periodo para conocer las alegrías del matrimonio sin caer en lo que más tarde pasaría a denominarse "rutina". Murió a los 24 años, con tiempo para hacer algo, lo que fuera, que la ayudó a convertirse en santa. Al parecer le ofrecieron una corona de oro, pero la rechazó alegando que la de Jesucristo era de espinas, actitud encomiable, aunque no sé si estrictamente santificable. El caso de Santa Isabel y muchos otros nos explica que los mecanismos santificadores están más en la voluntad de los que conceden el título que en los actos del galardonado. No importa que hablemos de estos misteriosos santos que gustarían a Eduardo Mendoza, o de otros santos literarios, futbolísticos, políticos o cinematográficos, y entre ellos uno incluiría unos cuantos pertenecientes al nutrido santoral progresista: el santo adquiere su condición de tal gracias a una "recepción agradecida". Como tantas cosas, es una cuestión de mirada (y de apaños) y eso ayuda a entender no a santa Isabel de Hungría, que tampoco importa demasiado, sino -por poner un ejemplo obvio-tantos premios nobel y no nobel de literatura (no incluyo el príncipe de asturias, todo con minúsculas claro, porque es el todo a cien de los premios).
Sabiendo eso, veremos por dónde van los óscar, ya que al menos el balón de oro, que santa Isabel de Hungría no obtuvo debido a su prematura muerte, sí parece destinado a un razonable candidato.

viernes, 25 de septiembre de 2009

BELÉN GOPEGUI, DESEO DE SER PUNK

“DESEO DE SER PUNK”, de BELÉN GOPEGUI

La aparición de Belén Gopegui en el panorama literario español, hace ya unos cuantos años, supuso una voz nueva, algo que los críticos decimos con relativa frecuencia y quizás sin demasiado fundamento, cuya originalidad y frescura llamaron la atención de muchos otros escritores y analistas, aunque no sea- ni lo pretenda- una autora de masas. Son las suyas, por lo general, historias intimistas y cultas, con constantes referencias a la vida cotidiana, parejas cuyos hijos crecen y que se plantean el sentido de sus elecciones vitales, amores no demasiado fatales, escenarios urbanos, madrileños en co ncreto, y una mezcla de emoción y racionalidad que cautivan fácilmente. Libros como “La escala de los mapas”(1992), “Tocarnos la cara”(1995) o “La conquista del aire”(1998) me parecieron magníficos y la propia Belén Gopegui se convirtió en uno de los referentes de la narrativa española de los últimos años, una escritora que en parte podía emparentarse con Carmen Martín Gaite, pero cuyas historias marcaban magníficamente la evolución de la sociedad y la mujer en España, incluso en contraste con las de la otra novelista: frente a mujeres que se abren paso en un mundo masculino, o encerradas en su casa, las mujeres de Gopegui viven, con los impedimentos que se quiera, sus vidas sin depender de los hombres o con los inestables lazos que se pueden tener en una sociedad tan compleja.

Más tarde, “El lado frío de la almohada y “El padre de Blancanieves” me parecieron claramente por debajo de las anteriores obras y “Deseo de ser punk” confirma esa tendencia a la baja de la obra de la escritora: novela en la que no falta su habitual dominio de los ambientes cerrados, los diálogos bien resueltos y el dominio de las estructuras narrativas, “Deseo de ser punk” evita el tono paternalista (o maternalista) de los autores que centran la narración en un joven, que a menudo usan una voz impostada, y reflexionan o escuchan la misma música que el autor, y presenta la narración en primera persona de una joven cuya vida cambia radicalmente a partir de un determinado momento y se dirige a un chico al que entonces conoció. Novela corta, de tono intimista, la autora se mete en la piel de la adolescente, de sus gustos musicales y sus tensas relaciones con los padres y adultos, para reprocharles el final de su compromiso o su más o menos inevitable aburguesamiento, pero Gopegui no consigue en ningún momento quitarnos la sensación de que es la suya una voz prestada, no propia, de que la muchacha que nos habla “parece una persona adulta haciéndose pasar por adolescente”, rasgo por otra parte muy habitual en la mal llamada novela juvenil que desde hace un par de décadas, al calor de propagandas institucionales y recomendaciones de los profesores, inunda las bibliotecas escolares y las aulas. Esa endeblez en la construcción narrativa y un más que discutible final rebajan notablemente el interés de un libro que en mi opinión sigue sin ayudar a que la autora recupere el nivel de los anteriores.