jueves, 19 de noviembre de 2009

POEMAS INÉDITOS DE RAMÓN DOCAMPO


Durante la redacción de mi soporífera tesis doctoral, hace ya unos cuantos años, tuve que visitar con frecuencia el Mueseo de Pontevedra. Allí viví un momento de verdadera sorpresa, seguida por la ansiedad e incluso la emoción, cuando encontré una de esas carpetas azules de cartón, sin nada especialmente significativo en su exterior, en la que figuraba la siguiente frase: "Poemas de Ramón Docampo". A pesar de la minuciosa catalogación de los fondos que en esa biblioteca se guardan, algo tan poco habitual en nuestro país, ninguna de las bibliotecarias pude atender a mis preguntas sobre el origen y la identidad del misterioso poeta.


Leí con curiosidad, ya que no con entusiasmo, aquellos poemas que alternaban castellano y gallego, una copia de la mayoría de los cuales se encuentra en mis manos, proceso que no puedo hacer público por razones creo que obvias. Precisamente una de las razones por las que los hago públicos ahora es el interés en que puedan ser conocidos sino por su brillantez literaria, sí por la curiosidad que supone la existencia de una poeta no catalogado ni incluido en ninguna de las cansinas ediciones, recopilaciones y antologías que editoriales y organismos públicos dan a la luz con intención de justificarse a sí mismas, al menos en el caso de las que utilizan dinero público. De esas y otras historias y de las razones por las que este poeta gallego del que he podido averiguar muy poco permanece completamente ignorado, hablaré en otro momento con detenimiento, ahora me limitaré a reproducir uno de los poemas que pude digamos que extraer del archivo del museo.



ALLÍ, ALLÍ MISMO

En uno de esos bares sucios y malolientes,
donde los bebedores agotamos sin prisa
cada copa de hastío y desgana,
cada instante de una vida que no queremos.

En las tiendas de ropa extranjera
y en los restaurantes que sirven comidas mal preparadas,
en platos mal lavados y copas que nadie aprecia,
sobre suelos mojados y hojas de periódico.

En la sutil mezcla de los colores que forman
ese prisma de magnolias o amapolas, nunca recuerdo,
que elegiste como conjuro de olores inciertos,
un símbolo tan intercambiable como cualquier otro.

En esa forma secreta de algunas cosas,
que rebosa dolor y memoria mal digerida,
en cada una de tus palabras que dices tan cansina
desborda una promesa de amor dudoso,
para un tiempo de casas cerca el mar
y un aire que a veces me satura,
cada vez que te respiro ansioso,
plena de una luz más que dudosa,
lleno de tu sabor gastado y único,
de una mercancía que vendes sin convicción,
que no viene de oriente ni holanda,
y tan sólo encierra la pequeña promesa
de todos los boleros que me bailas sin ganas.

Algunas veces he pensado si Docampo era un empleado del museo, alguien que olvidó allí-más o menos involuntariamente- las carpetas que yo luego encontré. Más allá de las obvias influencias, que una mal digerida formación filológica me impide dejar sin mencionar, de los poetas españoles de la generación del 50, y quizás de algunas canciones de los 60, demiasado previsibles y depresivas (siguiendo el "modelo depresivo común" de las tres o cuatro últimas generaciones) lo que más me sorprendió del autor, tanto en los poemas en castellano como en aquellos otros escritos en gallego, fue la ausencia de algunos de los temas recurrentes de la poesía de
esas mismas décadas: la política, la naturaleza o la reivindicación nacionalista( o su contrapunto todavía más nefasto, el folclorismo cursilón que ha ido destrozando- a partes iguales con los males anteriores- el equilibrio mental, ya de por sí precario, de las generaciones a las que antes me refería.
Mis ineludibles obligaciones laborales, que combinan a partes iguales horarios relajados con pagas raquíticas, me impiden seguir ahora con la transcripción de los poemas que guardaba la carpeta de Docampo, transcripción a la que seguiré dedicando algunos ratos que me dejan libres
esas obligaciones y sin perder la esperanza de que alguna de esas instituciones y organismos dedicados al fomento de la cultura se anime a financiar la publicación de esos escritos, y de paso lleguemos a un acuerdo que convenga a partes iguales a las necesidades publicitarias de esa institución u organismo, a la modesta vanidad del transcriptor y a la menos modesta avaricia de su familia, que ya me ha comunicado su disposición a colaborar en todos los actos que puedan redundar en interés de los que estuviesen interesados en el eventual descubrimiento del autor.

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA Y LOS SANTOS LAICOS

Santa Isabel de Hungría (según una fuente clerical y gratuita, asunto este importante, de toda solvencia) se prometió en matrimonio (la prometieron, supongo) a la razonable edad de cuatro años: se casó a los catorce, con lo cual dispuso de diez años para su formación, fuere cual fuere esta, ya que probablemente no incuyó inglés ni informática. Madre a los 15, manteniendo la coherencia que guiaba toda su vida, Santa Isabel de Hungría enviudó a los veinte años, lo cual le proporcionó otro estimable periodo para conocer las alegrías del matrimonio sin caer en lo que más tarde pasaría a denominarse "rutina". Murió a los 24 años, con tiempo para hacer algo, lo que fuera, que la ayudó a convertirse en santa. Al parecer le ofrecieron una corona de oro, pero la rechazó alegando que la de Jesucristo era de espinas, actitud encomiable, aunque no sé si estrictamente santificable. El caso de Santa Isabel y muchos otros nos explica que los mecanismos santificadores están más en la voluntad de los que conceden el título que en los actos del galardonado. No importa que hablemos de estos misteriosos santos que gustarían a Eduardo Mendoza, o de otros santos literarios, futbolísticos, políticos o cinematográficos, y entre ellos uno incluiría unos cuantos pertenecientes al nutrido santoral progresista: el santo adquiere su condición de tal gracias a una "recepción agradecida". Como tantas cosas, es una cuestión de mirada (y de apaños) y eso ayuda a entender no a santa Isabel de Hungría, que tampoco importa demasiado, sino -por poner un ejemplo obvio-tantos premios nobel y no nobel de literatura (no incluyo el príncipe de asturias, todo con minúsculas claro, porque es el todo a cien de los premios).
Sabiendo eso, veremos por dónde van los óscar, ya que al menos el balón de oro, que santa Isabel de Hungría no obtuvo debido a su prematura muerte, sí parece destinado a un razonable candidato.