jueves, 19 de noviembre de 2009

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA Y LOS SANTOS LAICOS

Santa Isabel de Hungría (según una fuente clerical y gratuita, asunto este importante, de toda solvencia) se prometió en matrimonio (la prometieron, supongo) a la razonable edad de cuatro años: se casó a los catorce, con lo cual dispuso de diez años para su formación, fuere cual fuere esta, ya que probablemente no incuyó inglés ni informática. Madre a los 15, manteniendo la coherencia que guiaba toda su vida, Santa Isabel de Hungría enviudó a los veinte años, lo cual le proporcionó otro estimable periodo para conocer las alegrías del matrimonio sin caer en lo que más tarde pasaría a denominarse "rutina". Murió a los 24 años, con tiempo para hacer algo, lo que fuera, que la ayudó a convertirse en santa. Al parecer le ofrecieron una corona de oro, pero la rechazó alegando que la de Jesucristo era de espinas, actitud encomiable, aunque no sé si estrictamente santificable. El caso de Santa Isabel y muchos otros nos explica que los mecanismos santificadores están más en la voluntad de los que conceden el título que en los actos del galardonado. No importa que hablemos de estos misteriosos santos que gustarían a Eduardo Mendoza, o de otros santos literarios, futbolísticos, políticos o cinematográficos, y entre ellos uno incluiría unos cuantos pertenecientes al nutrido santoral progresista: el santo adquiere su condición de tal gracias a una "recepción agradecida". Como tantas cosas, es una cuestión de mirada (y de apaños) y eso ayuda a entender no a santa Isabel de Hungría, que tampoco importa demasiado, sino -por poner un ejemplo obvio-tantos premios nobel y no nobel de literatura (no incluyo el príncipe de asturias, todo con minúsculas claro, porque es el todo a cien de los premios).
Sabiendo eso, veremos por dónde van los óscar, ya que al menos el balón de oro, que santa Isabel de Hungría no obtuvo debido a su prematura muerte, sí parece destinado a un razonable candidato.

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